Este cuadro es una de las obras maestras del pintor holandés Jan van Goyen, característica del estilo casi monocromático que desarrolló entre los años 1633 y 1644 en La Haya, tras su formación en Haarlem.
Alrededor de un gran roble mutilado por un rayo, auténtico armazón del paisaje, una perspectiva sabiamente estudiada le permite desarrollar una amplia panorámica dominada por un cielo amenazante. La gama de colores, reducida al amarillo y el gris, tiende a la monocromía.
Frente al árbol, el pintor representa una escena pintoresca de un encuentro en campo abierto: una adivina lee el futuro en la palma de la mano a un aldeano.
A la izquierda de la composición, el artista también insertó su propio autorretrato, ataviado como un elegante caminante acompañado por sus perros, que mira hacia el espectador. Van Goyen, que era cristiano, no se conformó aquí con describir un motivo pintoresco. Varios detalles llaman la atención y nos revelan la vocación alegórica del paisaje.
Así, el color rojo, que destaca la boina del hombre, simboliza su falta de control frente a la tentación de la superstición. La lechuza, posada a plena luz del día en una rama muerta del roble sin hojas, representa la ceguera de los hombres frente a la quiromancia, una práctica prohibida por la Iglesia. Por último, el rayo evoca el castigo divino.