En el siglo XVI, el género del retrato, antaño reservado a príncipes y papas, fue teniendo éxito entre los nobles. Da fe de ello el retrato de este gentilhombre boloñés, cuya identidad sigue siendo incierta. Sentado en su escritorio, representado en un formato de tres cuartos, sostiene abierto un voluminoso manuscrito donde acaba de glosar algo con su pluma. Al fondo, destaca un «studiolo», es decir un gabinete de estudio repleto de libros, con una ventana que simboliza la apertura de la mente. La luz natural subraya la penetrante mirada de este docto humanista. Lavinia Fontana abandonó Bolonia, donde nació, poco después de la creación de esta obra firmada, cuya fecha está borrada en parte. Como podrá observar, la firma está ingeniosamente disimulada en el sillón.
El museo conserva obras de 300 mujeres artistas, de un total de 5.000. Las pintoras reconocidas en el Renacimiento fueron excepcionales, y merecen que su trabajo se honre. Esta artista –que además fue madre de once hijos– prosiguió con su gloriosa carrera en Roma, donde se la admitió en la Academia de San Lucas. Pintó sobre todo los retratos de los papas Gregorio XIII y Clemente VIII, contando con su esposo como asistente.