Si no conoce la historia del martirio de San Sebastián, lo hará tras ver este cuadro, que representa a un ilustre centurión romano que, en el siglo III d.C., fue asaeteado por orden del emperador Diocleciano, por ayudar a los cristianos encarcelados y no renegar de su fe.
En esta composición, el pintor muestra a San Sebastián todavía amarrado al árbol de su martirio, donde le está cuidando una viuda cristiana llamada Irene. El cuadro es de estilo «Caravaggio», lo que quiere decir que emula las obras de dicho autor, su ajustado encuadre, sus fondos oscuros y sus fuertes contrastes de luces y sombras. La composición destaca el gesto preciso y delicado que Irene esboza bajo la linterna de papel, que difunde una luz suave y dorada sobre los rostros, el brazo del centurión, las heridas y las flechas. La luz cae, además, sobre los ropajes y los adornos de Irene y su sirvienta, e ilumina los dorados. El motivo de la tela blanca y la sangre recuerdan a la Pasión de Cristo.
Bajo la luz, que aporta la esperanza de la resurrección, el rostro del santo parece sorprendentemente tranquilo. En el siglo XVII, San Sebastián era muy popular, sobre todo por su poder protector contra la peste. Como aún no se ha conseguido identificar al pintor, esta obra se ha relacionado con otras atribuidas al denominado «maestro de la vela».