Durante la década de 1610, Rubens trató diversos temas mitológicos. En este cuadro, ilustra una de las múltiples metamorfosis de Zeus. El dios del Olimpo se transforma aquí en un águila, para secuestrar al más bello de los humanos, Ganimedes.
En Las Metamorfosis, Ovidio describe este episodio de la siguiente manera: «De inmediato, batiendo el aire con sus alas mendaces, secuestra al descendiente de Ilo, que hoy en día sigue mezclando las copas y sirviendo el néctar a Júpiter, para gran disgusto de Juno».
Sin embargo, aquí Rubens no da importancia al rapto, sino que prefiere sublimar la belleza clásica de Ganimedes. Las monumentales alas del águila transportan al joven, que ocupa el lugar de honor en majestad. Su cuerpo desnudo y musculoso contrasta con el plumaje pardusco de Zeus.
Lo reciben en el Monte Olimpo las divinidades Hebe e Iris, que le entregan el elixir de la eterna juventud. La copa de oro y la escena del banquete que aparece al fondo son un anuncio de sus funciones como copero de los dioses, es decir, la persona de confianza encargada de servirles la bebida. Así pues, la construcción del lienzo glorifica a Ganimedes, que ocupa aproximadamente la mitad, confirmando su futuro puesto en el Monte Olimpo.
La obra de Rubens contó con mucho aprecio en el siglo XVII, y satisfacía el gusto barroco de la época.